jueves, 3 de marzo de 2011

Transcurso

El ojo del mundo ya no te mira,
perdiste el entorno de la esquina quieta,
el alma se mueve y resuelve tu vida
sin darse ni cuenta que la muerte acecha.

Ausencia

Triste ausencia la de mi alma en los rincones;
tristemente la recuerdo envejecido,
ahora que en lo bello muero joven.
Yo respiro en lo solemne cuando vivo lo que muero.
Las ausencias de mi alma en los rincones;
tristemente las recuerdo envejecido;
ahora que en lo muerto seré joven,
y en lo bello moribundo en los rincones...
...eternamente ausente.

Esbozo

Mi iluminada sombra tiene soles que el antiguo corazón espera,
antes aún que la distancia asome, esbozada en el andar del tiempo;
no conoce el caminar del alma,
un respiro del sudor pasado;
el que tuvo la pasión del ruido,
los sonidos del color más negro.

Resucitado

Rosas de agua gris enmudecidas por el llanto negro
oscuro en el espacio amable que en tu plenitud me hieres
amargo corazón de noche que regresas de la sombra inerte
vuelve a clarecer tu alma con el día de la vida que en la mañana te nombra.

Rutinas

Cosas rutinarias y cosas
tales como el infanticidio de un chicle
y millones y millones de bocas
que cuelgan del entreabierto de una ventana
que da:
a un afuera inmediato,
a una calle del mundo,
al ruido bello,
al bello trato que se dan las ruedas de la bicicleta,
al niño que desconcertado cae y desconcertado llora.
Y llora por su violentada boca, provocando la simpática llantina de la pena de las bocas mal-colgadas, suspendidas a millones, tristes...
El ambiente se percibe,
la emulación es completa.
Hay otro millón de ojos
que mil lágrimas descuelgan;
y así, cayéndose todo,
se apagan todas las velas.
Hay una esquina que dice:
“Socorro, la luz no llega”
y hay un mundo que permite
la sombra y la mil manera.
Todo impulsa hacia el oscuro, todo se vuelve una hora, una noche, una y sola.
Aquel niño, tal vez mudo,
aquel niño ya no llora.
Las bocas no dicen nada...
Los ojos sueñan...
La tarde se hace la noche...
ya te marchas, no te quedas,
y no comes, y no cenas.
Las bocas siguen tan mudas...
Los ojos sueñan que sueñan...
Y mientras todo es de noche,
la muerte pasa y, lo siento,
la muerte pasa y se queda,
la muerte pasa y, perdonen,
la muerte deja la pena.

El espacio ajeno

Ya regresan los sonidos, sus aromas son tus ecos.
Ya se oye la expresión serena de la calma rebosada entre tus dedos.
La distancia que separa nuestros centros es la misma que yo olvido indefinida.
Sólo quedan los despojos de la plenitud callada, los silencios de tu esquina con profunda exhibición oscura, rebotada en los rincones.

La cárcel infinita

Hoy regreso a mi prisión de espacios.
Encendido el corazón de fuegos que con ansia regresión me vienen.
Y regreso a mi prisión de espacios, derrotado en la ocasión privada de pasión por tu nostalgia ajena; aquella en la que el hombre siente, poderoso, empapado, recogido en la revuelta vida, que de nuevo por empática tristeza puede ser la oscura noche que reflejan sus retratos.
Y regreso a mi prisión de espacios...
La cárcel infinita existe; y se aisla en el olor del tiempo. Yo la escucho en el sonido seco que desprenden los colores negros.
Y regreso a mi prisión de espacios...

Miedo

Caminábamos la tarde triste, mirábamos desorientados y parecíase que todo aquello era una bola de espejos quebrados y voces de muerte. Yo, sin escuchar el aire que venía de todo lo que yo no era y llegaba, rebotado, cargado de sonidos; yo, caminaba y mi cabeza se volvía evolucionante con mis pasos, con la vista envejecida, casi oscura por la noche que de pronto se caía, fija, dolida por la ausencia de mis párpados bajando y subiendo esforzados instantáneamente. Recogí entonces de nuevo el sentido y la conciencia de que andaba, y lo tomé en brazos, lo arropé, hasta envolverme con su esencia. Vi delante de nosotros, en la calle que se nos iba olvidando a trozos, una puerta gris y sucia, apestante, y ruidosa casi sin moverse. Animé a mis compañeros (y de ello fui culpable yo, sin duda). Impulsamos nuestros cuerpos, erguidos, capaces de movimiento; y cuando entramos se nos recogió la vida. Algunos quisieron llorar y ni siquiera pudieron. La puerta quedó cerrada. Una luz fría yacía en el fondo del pasillo que sólo reconocimos con la inestimable ayuda de ciertos ecos de luz helada. De ese fondo iluminado surgían y nos llegaban sonidos pesadumbrosos, horribles, como harapos que cantaran. Avanzábamos forzando la vista y palpando las agrietadas paredes del angustioso pasillo. Ahora recuero que vi un cuadro de calaveras y luego uno de paisajes nevados con espejos como soles que caían y hacían sangrar la nieve. Por fin entramos cegados, la luz olía mortal, olor a muerte y sangría de pan y unas flores que decían el fin del fatal final. De pronto, el horror se apoderó de todos. Unos gritaban; otros, en pareja, se apresuraban violentamente contra los rincones, a derecha e izquierda; algunos, quedándose quietos, parecíase que fueran las estatuas de una fuente de llantos en vez de aguas. Aquella criatura espeluznante que se nos presentaba erguida y abierta en dolores, se arrastraba hacia nosotros. Nos separaba un juego de sillas y mesa de comedor (todo un detalle, por cierto). De pronto se elevó y esparció sobre la mesa su mugriento y desbordante vientre de tristemente madre fracasada; y todos, infantiles, volvíamos a nacer, gimiendo y llorando, “in hac lacrimarum valle”.

Historia de un zapato

Si yo fuera un zapato; quizás un zapato viejo, un zapato ya gastado, gastado de andar y andar por veredas, por senderos, por caminos, por un mundo; un mundo alguno entre otros, entre algunos o entre todos mas no todo; si yo fuera ese calzado o incluso en vez de zapato yo fuera sandalia vieja, sólo vieja de sapiencia, de vivir y no de tiempo; imagino que tendría más que un mucho de puñados de recuerdos. Y, ¿qué serían los recuerdos en este vivir intacto, en éste mi pensamiento, mi indumentaria de abstracto?; quizás los recuerdos fueran todo el polvo del camino, o quizás es sólo un poco mi tierra en mi viajecito, en mi algún mundo entre algo...¡Qué no se levante tierra, que se la lleva el zapato!... diría algo, ¿quién sabe?, quizás el viento gritando... o muriendo... o marchando... o simplemente soplando... ¡Pero un momento, un descanso... que no me imagino tanto quién es el otro zapato! Quizás es la compañera a la que tanto acompaño. Y si me sigo pensando, me pienso ya preguntando; siendo yo y ella zapatos, en mi vida caminando; yo en su vida acompañado y ella en la mía otro tanto... ¡alguien tiene que llevarnos!... Aquí ya no hallo respuesta, la solución voy pensando... Pero debo darme prisa, no puedo perder ni un paso... el camino se hace duro y yo soy sólo un zapato, zapato que poco a poco, zapato que paso a paso, zapato se va gastando, se acaba, se está acabando...

La espera

La espera es resultado...
de no poder acercar un futuro relativamente inmediato;
de la incapacidad de quitarle tiempo al tiempo;
del incumplimiento del gran deseo de la humanidad a lo largo de la propia espera por cada trozo nuevo de la historia universal, desde que el hombre es hombre; un deseo que se resume en el dominio del poder humano sobre algo de lo que el mismo es una parte insignificantemente simple, la naturaleza, en su infinita expansión hacia lo interminable de la “maravillosa” sapiencia del hombre...
...y determino y califico esta expansión de infinita, porque el hombre nunca acabará de saber completamente lo que hay detrás de cada nueva pregunta, cada porqué que siguió a la más “perfecta” o casi perfecta contesta; esto lo sé, o casi lo sé...